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Contratado por un día: Roberto Funes Ugarte limpia túneles pluviales

Un trabajo duro e insalubre en el que veinte operarios descienden a conductos para retirar todo lo que los obstruya.

Es como un viaje ida y vuelta a Mar del Plata. En la ciudad de Buenos Aires, los conductos subterráneos por donde circula el agua de lluvia tienen una extensión de 900 kilómetros. Y como muchas veces acumulan sedimentos, basura y hasta residuos cloacales, es necesario limpiarlos. Para eso hay hombres que se someten a este trabajo duro e insalubre. Y en una nueva entrega de Contratado por un día, Roberto Funes Ugarte fue uno de ellos.

Los encargados de hacer esta tarea son veinte operarios pluviales –no hay ninguna mujer- que, munidos de palas, deben descender a los conductos y recorrer varios kilómetros en la oscuridad y con el agua a la cintura, para retirar todo lo que los obstruya.

“Ya de por sí es un trabajo muy difícil, pero a eso se agrega que, lamentablemente, también deben lidiar con la basura que la gente arroja a la calle y hasta con las conexiones clandestinas de muchos asentamientos que derivan los residuos cloacales a los conductos pluviales”, explica Lucas Llauradó, Director General de la Dirección General de Sistema Pluvial, del Ministerio de Espacio Público y Mantenimiento Urbano.

Provistos de guantes, barbijos y unas botas largas que los cubren hasta el pecho, deben caminar en medio de los túneles, apenas iluminados con un reflector portátil y con la necesidad de salir a cada rato a respirar a la superficie en busca de oxígeno, ya que la acumulación de gases y al olor nauseabundo que se respira bajo tierra es insoportable.

Su trabajo consiste en sumergir las palas en el agua y raspar el fondo del conducto para retirar todos los sedimentos que se van acumulando y colocarlos en una carretilla arrastrada por un pequeño tractor.

Entre la basura que encuentran mezclada con los sedimentos, a veces se topan con objetos de lo más extraños, como tarjetas de crédito, documentos y hasta con armas de fuego y municiones.

Una vez que llenan la carretilla, el tractor la saca a la superficie y la vacía en un contenedor colocado a pocos metros. El circuito se repite varias veces durante 9 horas todos los días, salvo cuando llueve, porque el nivel del agua es tan alto que no pueden ingresar a los conductos que tienen, en promedio, 3 metros de ancho por 1,80 de alto.

Reciben un sueldo de entre 20 y 25 mil pesos al mes y están tercerizados, no dependen directamente del gobierno de la Ciudad. “La verdad que es muy duro, no muchos lo soportan. Porque hay que aguantar de todo: el olor, el agua, la mugre…”, cuenta Ramón, el encargado de la cuadrilla.

Y es un trabajo que nadie ve. Un trabajo que transcurre bajo tierra. Pero ahí están ellos, cumpliendo una función decisiva para que a la ciudad no la tape el agua.

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