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Diario de una mechera

Micaela fue una de ellas. Durante años que se dedicó a robar en locales de ropa. Hasta estuvo presa cuando era menor de edad, pero, según cuenta, sus amigas “arreglaron con la gorra” y la dejaron ir.

Dos que distraen a la vendedora de un comercio de ropa, otra que separa prendas que están exhibidas y una tercera que la guarda en un bolso. Después, de una se van yendo.

Todo en un orden preestablecido. Así, como un equipo donde cada una tiene su puesto, operan las denominadas “mecheras”, protagonistas un delito que no pasa de moda.

Micaela fue una de ellas. Durante años que se dedicó a robar en locales de ropa. Hasta estuvo presa cuando era menor de edad, pero, según cuenta, sus amigas “arreglaron con la gorra” y la dejaron ir.

Ella se encargaba de entrar al local con un bolso. Pero no cualquier bolso. Por dentro lo forraba con un papel de aluminio. “Con eso lográbamos que no sonara la alarma de la ropa”, explica.

Una vez con el botín lo repartían en partes iguales. Y ella contrataba a una conocida que vendía las prendas a cambio de una comisión de un 10 por ciento. Lo que se dice, un negocio redondo.  Tan redondo como ilícito.

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